domingo, 22 de octubre de 2006

El "justo medio" en Aristóteles


(en la foto: ruinas de la escuela de Aristóteles en Mieza, hoy Náousa)

Ya que estoy en Aristóteles y en la Moral a Nicómaco (ver abajo) aprovecho para hacer un comentario personal.

Como regla general, trato de ser imparcial y equilibrado en mis apreciaciones (que lo logre o que esto me lleve a alguna parte es otra cosa); es decir, de no tomar partido de antemano, y de juzgar partiendo de la evidencia, no de mis preferencias o prenociones o, peor aún, de la opinión mayoritaria, de lo "políticamente correcto" o de la manera convencional de ver las cosas. Intento siempre mirar las cosas desde varios ángulos; así, frecuentemente encuentro que acaloradas discusiones se ocupan en realidad de pseudo problemas, cuestiones mal planteadas, o que los desacuerdos parten de caricaturizar las posiciones de los adversarios. De otro lado, creo que aportar a un debate implica presentar una posición de alguna manera singular, distinguible de las opiniones ya existentes (si no, mejor quedarse callado y dejar hablar a otros). Esto hace que uno termine ocupando un espacio definido por la oposición a otras posturas; es que la ciencia sólo puede avanzar mediante el debate y la confrontación de ideas.

Comento todo esto porque con los años he descubierto, un poco a mi pesar, que cada vez me resulta más cuerda la idea de Aristóteles sobre la búsqueda del "justo medio". Digo a mi pesar porque siempre tendí a pensar que ese "justo medio" en realidad encubría una postura conciliadora; y que sólo tenía sentido dentro de un razonamiento unidimensional, pero que incorporando más dimensiones, el pretendido justo medio podría quedar en realidad en un extremo inconveniente.

En realidad, la idea de Aristóteles no tiene por qué ser conciliadora; en ocasiones, el "medio" puede estar cerca de un extremo, no tiene por qué ser equidistante de los extremos; la virtud en Aristóteles no está necesariamente en el "centro", pero sí se define en oposición a dos polos. De otro lado, al incorporar nuevas dimensiones al análisis, el justo medio tendría que desplazarse a lo largo de los nuevos ejes; esto hace más complejo el análisis, pero no imposible.

Como sea, creo que vale la pena tomar muy en cuenta a Aristóteles y sus recomendaciones. Tanto para pensar correctamente, como para conducirse en la vida en general...


Moral a Nicómaco · libro segundo, capítulo VII
Aplicación de las generalidades que precedena los casos particulares

No basta en esta materia limitarse a generalidades. Es preciso además hacer ver cómo estas teorías están de acuerdo con los casos particulares. En efecto, cuando se razona sobre las acciones humanas, sirven de poco las generalidades, y los análisis especiales son más conformes a la verdad, puesto que las acciones son siempre particulares y a ellas deben ajustarse las [47] teorías. Se verá más en claro lo que queremos decir en el cuadro que vamos a trazar{41}.

Obsérvase que el valor ocupa un término medio entre los dos sentimientos de temor y de resolución. En cuanto a los dos excesos, el uno, que se refiere a la falta de todo temor, no ha recibido nombre en nuestra lengua, porque hay muchas cosas que el uso ha dejado sin él; mas si nos fijamos en el exceso de resolución, encontramos que al hombre, que da pruebas de ello, se le llama temerario. El que adolece de un exceso de temor o de una falta de resolución, es un cobarde.

Para los placeres y para los dolores, no para todos sin excepción y menos aún para todos los dolores que para todos los placeres, el medio es la templanza, el exceso es la incontinencia. En cuanto a los que pecan por defecto en materia de placeres, son bien contados, y así no se les ha dado nombre especial. Démosles, si se quiere, el de insensibles.

Con respecto a dar o recibir cosas o riquezas, el medio es la liberalidad{42}; el exceso y el defecto son la prodigalidad y la avaricia. Estas últimas cualidades por otra parte, exceso o defecto, son contrarias completamente la una a la otra. Y así el pródigo peca de exceso cuando se trata de dar, y de defecto cuando de recibir; el avaro, por lo contrario, por exceso cuando toma, por defecto cuando da.

Nótese que aquí no hacemos más que trazar un ligero bosquejo y presentar como un sumario. Por el momento debemos darnos por satisfechos con esto, sin perjuicio de que más tarde tratemos todos estos puntos con más exactitud y extensión.

Pero volviendo a la riqueza, hay también otras disposiciones además de las que hemos indicado. En este concepto, el medio puede ser igualmente la magnificencia, porque puede establecerse una diferencia entre el hombre magnífico y el hombre liberal. El uno posee grandes riquezas, el otro escasas; el exceso en el hombre magnífico consiste en la profusión con mal gusto y en el fausto grosero; y el defecto consiste en la mezquindad mostrada en pequeñeces. Estos matices extremos difieren de los [48] que presenta la liberalidad; cómo difieren unos de otros, se dirá más adelante.

En punto a honores o a gloria y a la oscuridad, el medio es la grandeza de alma; el exceso en este género puede llamarse insolencia; el defecto, bajeza de alma. Pero así como reconocimos que la liberalidad tiene cierta relación con la magnificencia, difiriendo la primera de la segunda sólo en que se aplica a cosas de poco valor; en igual forma, al lado de la grandeza de alma, que aspira a los altos honores, hay otro sentimiento que nos arrastra a ir en busca de los que tienen poca importancia. Se pueden, en efecto, desear los honores y la gloria hasta un punto regular; pero también se les puede desear demasiado, o no desearlos nada. Al que los desea excesivamente se le llama ambicioso; el que no los desea es un hombre sin ambición; pero el que en este orden de sentimientos sabe mantenerse en un justo medio, no ha recibido nombre especial. Las disposiciones morales, que corresponden a estos caracteres, tampoco tienen nombre particular, a no ser el del ambicioso, que se llama ambición. Esto hace precisamente que los extremos se disputen el puesto del medio; y a nosotros mismos nos sucede que a veces calificamos de ambicioso al que ocupa el término medio, y otras, por lo contrario, le declaramos sin ambición, alabando así indistintamente al hombre que es ambicioso y al que no lo es.

Más adelante trataremos de explicar la causa de esta contradicción; por ahora continuemos el estudio de las demás pasiones conforme al método anteriormente adoptado{43}.

Para la cólera se pueden distinguir, como acabamos de hacer para la liberalidad, los tres términos: exceso, defecto, medio. Pero como ninguno de estos matices, o casi ninguno, tiene nombre especial, nos limitaremos a decir, que el hombre que en este género ocupa el medio entre los dos extremos, se le llama hombre dulce, y la cualidad intermedia, dulzura. De los dos caracteres extremos, el que peca por exceso se llama carácter irascible, y al vicio que muestra se llama irascibilidad. El que peca por defecto podemos decir que es el carácter flemático, que jamás siente la cólera; y el defecto se llamará flema, que no permite nunca el encolerizarse.

Aquí cuadra hablar de otros tres medios, que no dejan de [49] tener semejanza entre sí, pero que sin embargo difieren en ciertos conceptos. Los tres se refieren igualmente a las relaciones sociales y comunes, que crean entre los hombres sus palabras y sus actos; pero los tres difieren en que el uno se refiere a la verdad, tal como se muestra habitualmente en las conversaciones de los hombres, mientras que los otros dos medios se refieren al placer que producen las relaciones sociales, aplicándose uno de ellos al placer que nos causa la buena y festiva sociedad, y extendiéndose el otro a todas las cosas de la vida ordinaria. Necesitamos estudiar también estas tres especies nuevas, para que veamos con más claridad aún que en todas las cosas el medio es digno solamente de alabanza, mientras que los extremos no son buenos ni laudables, y no merecen sino nuestra censura. Para la mayor parte de estos matices, lo mismo que para los precedentes, la lengua no tiene nombre particular, poro es imprescindible, como acabamos de hacerlo, forjar palabras nuevas que representen estos diversos caracteres, y que dando más claridad a nuestras ideas, permitan seguirlas más fácilmente.

Con respecto a la verdad, el hombre que guarda en esta relación el medio, se llama hombre veraz o verídico, y el medio mismo se llama veracidad. La ficción, que altera la verdad, se llamará, si exagera las cosas, fanfarronería, y el que tenga este defecto será un fanfarrón; si, por lo contrario, disminuye las cosas, se llamará disimulación, y el que lo haga, un hombre disimulado.

Paso a los otros dos medios, que se refieren al placer. El uno consiste en el gracejo, y el hombre, que sabe guardar con mesura este medio delicado, es un hombre gracioso, y la disposición moral que le distingue es la gracia. El exceso en este género se llama bufonería, y al hombre que tiene este carácter se le llama bufón. El que en punto a gracejo tiene menos del preciso es un rústico, y su manera de ser puede llamarse rusticidad. En cuanto al medio que se refiere a la vida ordinaria recreativa, el hombre que sabe hacerse aceptable a sus semejantes, como conviene serlo, es el amigo, y el medio que forma su carácter, es la amistad. El que presta con exceso servicios a los demás, puede llamársele hombre que tiene manía de complacer, siempre que lo haga sin ningún interés; pero si tales servicios nacen de cálculo y los presta en vista de su provecho [50] personal, entonces es un adulador. El que en este concepto peca completamente por defecto y no sabe hacerse agradable a los demás, es un ser oscuro y excéntrico.

Pueden reconocerse igualmente medios en las emociones y en todo lo concerniente a ellas. Y así la modestia no es una virtud; y sin embargo es objeto de nuestras alabanzas, así como lo es el hombre modesto. Así es que en estas afecciones se puede distinguir igualmente el hombre que se mantiene en el verdadero medio. El que experimenta con exceso estas emociones, de todo se ruboriza; y en cierta manera se le advierte como embarazado. El hombre que, por lo contrario, peca en esto por defecto y que por nada absolutamente se ruboriza, es un hombre impudente. El que sabe ocupar un punto medio entre estos excesos es un hombre modesto.

La justicia, que juzga imparcialmente la conducta de otro, ocupa el medio entre la envidia a la felicidad de los demás y el goce malévolo que provoca su sufrimiento. Estas tres afecciones por otra parte se refieren al placer y al dolor que nos puede causar todo lo que sucede a nuestros semejantes. El hombre imparcial y animado de cierto coraje se aflige y se indigna ante el espectáculo de una prosperidad no merecida. El envidioso, que por exceso traspasa esta imparcialidad, se aflige de todos los bienes que adquieren los demás hombres. En fin, el que tiene complacencia en el mal ajeno está tan distante de afligirse en este caso, que llega hasta regocijarse.
En otra parte habrá ocasión de hablar sobre esto con más oportunidad; y en cuanto a la justicia, como no se la designa por un nombre simple y absoluto, sino que en ella se distinguen dos matices diferentes, los analizaremos más adelante{44} y haremos ver los medios que en cada uno de ellos se dan. El mismo estudio haremos de las virtudes intelectuales.

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{41} Véase el cuadro que aparece en la Moral de Eudemo, lib. II, capítulo III.
{42} En español no corresponde la palabra al medio tan exactamente como la correspondiente del griego. El liberal se aproxima más al pródigo que al avaro.
{43} Véase la Política, lib. I, cap. I.
{44} Véase todo el cap. V, que trata de la justicia. Los dos matices de la justicia son la igualdad absoluta y la igualdad proporcional, o bien la justicia según la ley, y la justicia según la naturaleza.


Moral a Nicómaco · libro segundo, capítulo VIII
Oposición de los vicios extremos entre sí y con la virtud que ocupa el medio

Estas tres disposiciones morales entre las cuales hay dos vicios, uno por exceso, otro por defecto, y una sola virtud que ocupa el medio entre los extremos, son todas bajo cierto punto de vista opuestas las unas a las otras. Por lo pronto, los extremos son opuestos al medio, y lo son entre sí igualmente; y luego el medio es opuesto a los dos extremos. A la manera que lo igual comparado con el término más pequeño es más grande que este término y menor que el término más grande en su relación con él, así las cualidades y disposiciones medias en relación con las disposiciones por defecto parecen excesos; y por lo contrario, en relación con las disposiciones por exceso se hacen ellas mismas en cierta manera defectos, lo mismo en las pasiones que en los actos. Así el hombre valiente parece temerario, si se le compara con el cobarde; y parece cobarde al lado del temerario. En igual forma el hombre templado parece desarreglado, si se le compara con el insensible a quien nada conmueve; él parece a su vez insensible con relación al desarreglado. El liberal parece pródigo respecto del avaro; y avaro relativamente al pródigo. también a veces se supone que los medios son extremos. El cobarde llama al hombre de valor temerario; y el temerario le llama cobarde; y lo mismo en todos los demás casos. En esta oposición de los tres términos{45}, la que existe entre los extremos es de más consideración que la que hay entre ellos y el medio, porque, en efecto, los extremos están más distantes el uno del otro que lo están del medio, que los separa; a la manera que el término grande está más lejano del pequeño y el pequeño del grande, que ambos lo están del término igual.

Bajo otro punto de vista, hay extremos que tienen cierta semejanza con el medio. Así la temeridad no deja de parecerse [52] al valor; y la prodigalidad a la liberalidad. Pero la desemejanza mayor aparece naturalmente en unos extremos relativamente a los otros. Las cosas que están entre sí lo más lejos posible se las llama contrarias, y lo son tanto más cuanto más lejanas están. En su relación con el medio, tan pronto es el defecto como el exceso lo más opuesto. Y así el vicio más opuesto al valor, no es la temeridad, la cual es un exceso; sino que es la cobardía que peca por defecto. Por lo contrario, en la templanza, el término que más se aleja no es la insensibilidad, que peca por defecto; es el desarreglo, que peca por exceso; Esto procede de dos causas distintas. La una nace de la naturaleza de la cosa misma; pues desde el momento que uno de los extremos está más aproximado al medio y más se le parece, no es este ya el que oponemos al medio; es más bien el término contrario; así, por ejemplo, como la audacia parece más cercana al valor y se le asemeja más, mientras que la cobardía es más desemejante, esta es la que oponemos más particularmente al valor, teniendo por más contrarias las cosas que están más lejanas del medio. He aquí una de las causas antes indicadas y que nace de la naturaleza misma de la cosa. Veamos la segunda que no procede sino de nosotros. Las cosas hacia las cuales nos sentimos más naturalmente arrastrados, nos parecen más contrarias al medio prudente en que convendría mantenerse. Así es que nuestra naturaleza nos lleva más vivamente hacia los placeres; y por esta causa nos vemos más fácilmente inclinados a la intemperancia que a la reserva y a la sobriedad; de aquí que tengamos por más contrarias al justo medio las cosas a las que nos sentimos inclinados a abandonarnos. Y por esto la incontinencia, que es un exceso, es más contraria a la templanza que la completa insensibilidad.

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{45} Aristóteles habla aquí bajo un punto de vista absoluto, y entonces tiene razón; pero en realidad no es así, y él mismo se apresura a hacerlo notar. Los medios, que según él constituyen las virtudes, están ya más, ya menos distantes de uno que de otro de los extremos. En otros términos, no son siempre verdaderos medios.

[tomado de: http://www.filosofia.org/cla/ari/azc01.htm#pri]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen post.