domingo, 29 de abril de 2012

La soledad de los liberales (2)




La semana pasada me preguntaba sobre las razones por las cuales no tenemos una derecha liberal democrática con arraigo popular en nuestro país, y decía que una de las razones podría ser que las tradiciones intelectuales de nuestros liberales se alimentaban principalmente de corrientes “libertarias”. Mencionaba que después de la crisis de 1929 la economía capitalista y la democracia como régimen se legitimaron ampliamente en el mundo nor-occidental en torno a un gran consenso socialdemócrata (que competía con el socialismo como modelo alternativo), en donde la libertad individual se construía sobre la noción de que correspondía al Estado generar las oportunidades para el desarrollo de la ciudadanía, base a su vez de la legitimidad democrática. El medio para ello fueron las políticas sociales y de bienestar.

El asunto es que desde la década de los años setenta el consenso socialdemócrata empezó a crujir, manifestándose problemas de inflación, déficits fiscales, recesión, estancamiento de la productividad, lo que llevaba a crecientes niveles de protesta y movilización social. Es este marco el que constituye el punto de partida de las corrientes libertarias que tuvieron como preocupación principal la reducción al mínimo del papel del Estado y la ampliación máxima de los mercados y de la iniciativa privada. Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra durante la década de los años ochenta fueron los grandes referentes políticos de estas propuestas. La década de los años noventa fueron años de búsqueda de un equilibrio entre mercado y Estado (expresión política de ello fueron las presidencias de Bill Clinton y Tony Blair), que todavía no se ha logrado, de allí que en la actualidad tanto el capitalismo neoliberal como la socialdemocracia aparezcan deslegitimadas y en crisis, y eso es lo que está en discusión en el actual contexto electoral en los Estados Unidos o en Francia.

El debate está abierto. El tema es que las principales posiciones liberales en el mundo se sitúan ya sea a la derecha o a la izquierda de las alternativas principales de los sistemas de partidos, mientras que las posiciones libertarias se ubican en el extremo derecho, en posiciones cada vez más radicales, y es de esas posiciones de las que parecen alimentarse muchos de nuestros liberales nacionales. Una cosa es ser liberal combatiendo los monopolios y los privilegios que obtienen actores privados poderosos coludidos con funcionarios públicos inescrupulosos, y otra ser liberal criticando el Estado y promoviendo la privatización de empresas y actividades públicas. Una cosa es luchar porque haya igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos y estar en contra de la discriminación, y otra defender la libertad individual contra la intromisión del Estado. Todas estas posturas se inspiran en nociones liberales, pero sus consecuencias políticas son muy diferentes. El problema con esto es que nuestros liberales tiende a ser más conservadores y defensores del statu quo que propiamente reformistas. 

VER TAMBIÉN:

Martín Tanaka
La soledad de los liberales

ACTUALIZACIÓN, 30 de abril

La Columna del Director | 29-04-2012 |  Juan Carlos Tafur
Los falsos evangelistas peruanos del liberalismo

ACTUALIZACIÓN, 2 de mayo

J. Bradford DeLong
Apr. 30, 2012
Re-Capturing the Friedmans

miércoles, 25 de abril de 2012

"El poder visto desde abajo", en línea

Está disponible en línea el libro del que soy compilador y coautor, El poder visto desde abajo: democracia, educación y ciudadanía en espacios locales (Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1999). El índice del libro es el siguiente:

CONTENIDO

Introducción. MARTÍN TANAKA 11

Primera parte

LA REESTRUCTURACIÓN DE LA POLÍTICA: NUEVAS
FORMAS DE MEDIACIÓN ENTRE SOCIEDAD Y ESTADO
EN ESPACIOS LOCALES 17

Del “jirón” al “Boulevard Gamarra”. Estrategias políticas y
gobierno local en La Victoria-Lima.
DAVID SULMONT HAAK

Introducción 19
1. Gamarra y los” gamarrinos” (algunos de ellos) 26
2. ¿Quién es Gamarra? Las disputas por la “representación” 46
3. Del “jirón” al “boulevard” Gamarra: el conflicto por
las calles 57
4. “Ellos hacen las cosas como nosotros queremos”:
el mercado de la política 79
5. Reflexiones finales 94
Anexo 100
Bibliografía 101

La participación social y política de los pobladores
populares urbanos: ¿ del movimientismo a una política
de ciudadanos? El caso de El Agustino.
MARTÍN TANAKA

Introducción 103
1. ¿Por qué El Agustino? 104
2. Antecedentes: la izquierda, las organizaciones
populares y la participación (1980-1992) 108
3. La “transición”: nuevos sentidos de la participación 114
4. La reestructuración (1995-1998) 129
5. Perspectivas hacia delante: accountability horizontal
y vertical 143
Referencias bibliográficas 148

Liderazgos locales y nuevos estilos de hacer política
bajo la sombra del fujimorismo.
CARLOS VARGAS 155

1. Nuevos actores políticos en el escenario nacional 156
2. Liderazgos locales y nuevos estilos de hacer política
2.1. José Murgia: liderazgo autoritario, gobierno concertador 161
2.2. Carlos Valencia y la tecnocracia local 167
2.3. Juan Manuel Guillén: la visión sesgada y ambigua de
los independientes 173
3. Observaciones finales 179
Referencias bibliográficas 182

Segunda parte

EDUCACIÓN RURAL, CIUDADANÍA Y DEMOCRACIA 185

Educación y democracia en el sur andino: posibilidades y
esfuerzos de las familias campesinas para educar a sus hijos
FRANCESCA UCCELLI LABARTHE

Introducción 187
Capital cultural y desempeño escolar 190
Familias en contextos de exclusión 193
1. La fragilidad de la relación niño/a-escuela en el campo 195
1.1. Punto de partida 201
2. Contexto y esfuerzo familiar 203
2.1. Características de la comunidad campesina y su escuela 206
2.2. Metodología 211
2.3. Características de los niños y niñas que permanecen
en la escuela más de cinco años 215
2.4. ¿Cómo son las familias de los que permanecen
en la escuela? 216
2.5. ¿Cómo cumple la escuela las expectativas familiares? 242
3. Desafíos de la educación en el campo 247
Bibliografía 252
Anexo 257

El poder en el aula: un estudio en escuelas
rurales andinas. PATRICIA AMES

Introducción 267
La escuela como espacio de socialización política 268
La metodología de investigación 272
Las escuelas y las comunidades 274
1. El control como rasgo dominante de la institución escolar 276
1.1. El orden y los medios de control 277
1.2. Normas y resolución de conflictos 281
1.3. Qué difícil es cambiar 285
2. Guión alterno 289
2.1. Resistencia y transgresión 289
2.2. Adaptación 294
2.3. Solidaridad vs. Agresión 295
2.4. Las relaciones entre los niños y las niñas 300
3. La diferencia en el espacio escolar 302
Escuela, ciudadanía y diferencia 303
3.1. Los profesores y su visión de los niños 304
3.2. El “problema” de la lengua materna 308
3.3. Ser niño, ser niña 310
3.4. Los padres y los profesores 312
3.5. La escuela como fuente de habilidades personales 316
4. Formando ciudadanos… ¿de qué tipo? 320
4.1. Autoridad y control 321
4.2. Aprendiendo a través de la experiencia escolar 322
4.3. La autoestima y el sentido del logro 324
Anexo 327
Bibliografía 330 

El libro se puede descargar desde aquí

martes, 24 de abril de 2012

La soledad de los liberales

Artículo publicado en La República, domingo 22 de abril de 2012

Desde hace algunas semanas, diversos columnistas hemos abordado el tema del liberalismo en el Perú, lamentando la no existencia de un derecha liberal democrática con arraigo popular en nuestro país. En una conferencia reciente en la Universidad Católica, Enrique Ghersi decía que los liberales peruanos son tan pocos que pueden reunirse cómodamente en un chifa, a pesar de contar con figuras como Mario Vargas Llosa o Hernando de Soto.

En América Latina en general, cuando las derechas son fuertes políticamente suelen ser más conservadoras que liberales; y cuando han encabezado agendas reformistas liberales, como la implantación de modelos orientados al mercado desde la década de los años noventa, han tenido de un lado que compartir el crédito con otras fuerzas políticas, que también asumieron la necesidad de implementarlas y, del otro, han tenido que asumir totalmente la carga de los costos sociales que esas políticas implicaron. Una razón adicional para entender la soledad de los liberales en nuestro país está en el hecho de que sus tradiciones intelectuales son más “libertarias” que liberales. Me explico.

El liberalismo como corriente de pensamiento que inspiró políticas gubernamentales específicas en el mundo tuvo un periodo de hegemonía, en términos generales, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX. Se trató de un periodo de expansión de la economía mundial sobre la base de políticas de libre comercio y protagonismo de actores privados, con Estados “mínimos”. Este modelo entró en una gravísima crisis en 1929, y los socialistas y comunistas pensaron que se asistía al final del capitalismo y al advenimiento de una revolución social. Sin embargo, el capitalismo salió de esa crisis sobre la base de una solución de compromiso, que dio origen a los “Estados de bienestar”: se mantuvieron políticas orientadas al mercado, pero el Estado asumió un papel regulador, promotor e integrador muy importante. A esto se le podría llamar el consenso socialdemócrata. A él llegaron algunos desde el liberalismo, como Karl Polanyi o John M. Keynes; y desde el socialismo, como Eduard Bernstein y luego la Internacional Socialista. Muchos filósofos liberales reflexionaron posteriormente sobre la importancia de hacer convivir la libertad con la solidaridad y sobre cómo generar igualdad de oportunidades, como John Rawls, Richard Rorty o Amartya Sen.

El problema es que los liberales peruanos a los que alude Ghersi no siguen estas corrientes, sino a otras más radicales que se ubicaron mucho más a la derecha: Hayek, Friedman, y los libertarios estadounidenses, que podríamos considerar algo así como el ala derecha del partido republicano, para quienes Barack Obama es un presidente socialista. Me parece que el liberalismo así entendido siempre tendrá dificultades para desarrollarse en países tan desiguales como el nuestro, en donde no basta la iniciativa individual y en donde se suele considerar que la intervención del Estado es clave para compensar la debilidad de los sectores desfavorecidos.

VER TAMBIÉN:

Enrique Ghersi
El liberalismo en el Perú

La Columna del Director | 21-04-2012 |
Juan Carlos Tafur
¿Secta liberal?

domingo, 15 de abril de 2012

La respuesta estatal a los conflictos

Artículo publicado en La República, domingo 15 de abril de 2012

Cada mes, la Defensoría del Pueblo presenta su reporte sobre conflictos sociales; cada mes sabemos de la aparición de nuevos conflictos, o que conflictos latentes se convierten en activos. Cada mes comprobamos que la mayoría de conflictos son “socio-ambientales”, y que afectan la inversión considerada indispensable para mantener el crecimiento económico. Cada cierto tiempo sabemos de conflictos que se expresan en acciones de violencia. Más todavía, este panorama se presenta desde hace años: tanto en el gobierno actual, como en el de García y Toledo, encontramos una dinámica parecida. Y cada vez que se analizan los conflictos se llega a la conclusión de que el Estado interviene tarde y mal, y que sería muy importante trabajar en la prevención, y no seguir una lógica de “bomberos”.

Si este panorama es tan conocido, recurrente, y lleva a tensiones y problemas tan grandes, la pregunta es por qué el Estado no responde adecuadamente a los mismos. Es difícil responder a la pregunta, pero varios factores ayudan a entender esta paradoja. En primer lugar, tiende a haber en las élites gubernamentales una visión conspirativa de las protestas. Es decir, ellas no tendrían razones verdaderamente atendibles, sino que serían consecuencia de maniobras políticas de sectores que manipulan a la población en función de intereses ilegítimos. Esta visión es alentada porque las élites gubernamentales descansan en gran medida en información provista por fuentes policiales y de inteligencia, que miran la realidad de una manera sus sesgada. El peso de estas fuentes debería estar balanceado por una red paralela de recojo de información propiamente política, pero ya sabemos que los partidos no existen como tales, y que no cuentan con redes propias que les permitan hacer mejores diagnósticos de lo que ocurre en la coyuntura.

En segundo lugar, la complejidad de la conflictividad social y la precariedad tradicional del Estado ha hecho que las autoridades en la práctica asuman que la lógica de prevención le corresponde a los actores privados, no a la autoridad pública. Si es el sector privado el que obtiene grandes beneficios con la minería, entonces que ellos atiendan las demandas sociales a través de sus políticas de responsabilidad social. En tercer lugar, ocurre que, si bien la naturaleza y dinámica de los conflictos es por lo general multidimensional, intersectorial y cruza niveles de gobierno, la toma de decisiones y responsabilidades dentro del Estado es estrictamente sectorial y parcelada. Así, los diversos sectores juegan a que los costos de actuar y decidir sean asumidos por otros.

Si así son las cosas, ¿qué cabe esperar? Lo más probable es que se siga con la lógica de los últimos años, que podría resumirse en la promoción de la inversión hasta el límite que marque la protesta social. Un cambio de esquema requeriría de una voluntad política y de una claridad respecto a un modelo alternativo que el gobierno ni tiene ni parece interesado en tener hasta el momento.

domingo, 8 de abril de 2012

La epopeya de José Matos Mar

Artículo publicado en La República, domingo 8 de abril de 2012

José Matos Mar ha publicado recientemente el libro Perú: Estado desbordado y sociedad nacional emergente. Historia corta del proceso peruano (Lima, U. Ricardo Palma, 2012). El texto es al mismo tiempo un apasionado manifiesto a favor de la población provinciana migrante y una síntesis de las preocupaciones intelectuales y vitales del autor, que ya cumplió 91 años.

Matos cuenta una “historia jamás imaginada [por el] Perú oficial y sus gobernantes”, “apasionante y gigantesca”, en la que palabras como “gesta” o “hazaña” marcan el tono de la narración. Para el autor, la migración de la población provinciana a Lima y las principales ciudades de la costa marca un hito en la historia del país tan importante como 1535 y 1821. Este proceso que arranca en 1940 y llega hasta nuestros días tiene dos etapas, la primera va de 1940 a 1990, y registra el paso de “migrantes a ciudadanos”; y la segunda va de 1990 hasta hoy, en la que se consolida la posibilidad de construir una verdadera “sociedad nacional”. Así, pasamos de un país “agrario y rural, de yanaconas y colonos… fraccionado más en castas que en clases”, a un país moderno, basado en ciudadanos.

Muchos otros autores han llamado la atención sobre la importancia de estos procesos, como Aníbal Quijano, Julio Cotler, Carlos Franco o Hernando de Soto, por mencionar algunos. Sin embargo, nadie con la convicción y optimismo de Matos. Quijano señala los límites de esta “sociedad emergente” dada la persistencia de la colonialidad del poder; Cotler, por la debilidad de las instituciones; Franco, por el funcionamiento de una democracia elitista y excluyente; De Soto por la persistencia de prácticas “mercantilistas”. En la lectura de Matos, el “otro Perú” ha realizado por sí mismo, sin la ayuda del “Perú oficial” (que solo ha intentado controlarlo o cooptarlo) un gigantesco cambio estructural, una “revolución cultural” pacífica. Si bien el autor advierte que “si el Perú oficial no dialoga y soslaya sus compromisos con los sectores populares y medios en ascenso, y cede ante los poderes fácticos, la crisis del Estado podría agudizarse”, también postula que los protagonistas del “desborde popular”, “en pocos años más comenzarán a incursionar más activamente en política, con lo cual al representar mejor al íntegro de la población total estarán en condiciones de [lograr] una auténtica gobernabilidad concordante con su historia y geografía, con una nueva democracia participativa comunitaria”.

La visión del Perú de Matos tiene el gran mérito de desplazar la mirada del “Perú oficial” al “otro Perú”, antes excluído y subordinado, ahora evidente en su “desborde”. La gran pregunta es si, efectivamente, de ese Perú emergerá un “neosocialismo andino”, una “auténtica sociedad nacional emergente y pluricultural”. Responder esa pregunta requeriría acaso estudiar mejor la interacción entre el Perú oficial y el “otro Perú”, tarea que nos deja Matos a las nuevas generaciones de científicos sociales.

domingo, 1 de abril de 2012

Redentores, de Enrique Krauze

Artículo publicado en La República, domingo 1 de abril de 2012

El pasado martes 20 se realizó en Lima el seminario “América Latina, retos y desafíos”, organizado por la Fundación Internacional para la Libertad, presidida por Mario Vargas Llosa. Participaron como ponentes los expresidentes Álvaro Uribe, Jorge Quiroga, Vicente Fox, Luis Alberto Lacalle y Alejandro Toledo. En el evento también se respaldó la candidatura panista a la presidencia de México de Josefina Vásquez. Si bien se trata de presidentes democráticos que no merecen una descalificación, el gobierno de Uribe tuvo un marcado personalismo y prácticas que pusieron al límite la continuidad institucional en Colombia, y enfrentó serios casos de corrupción, violación a los derechos humanos, influencia de intereses paramilitares; Quiroga fue un razonablemente buen presidente de transición, pero no logró controlar la crisis que terminó con la llegada al poder de Evo Morales; Fox encarna la desilusión posterior a la ansiada transición democrática en México; Lacalle un intento de reforma neoliberal no aceptada por los uruguayos, que terminaron optando por propuestas más bien socialdemócratas; y de las limitaciones de Toledo todos conocemos. En suma, los referentes políticos concretos de la propuesta liberal resultan poco seductoras.

En cuanto a aportes intelectuales, la figura a mi juicio más notable es la del mexicano Enrique Krauze, autor del reciente libro Redentores. Ideas y poder en América Latina (México D.F., Debate, 2011). Este consiste en los perfiles biográficos, políticos e intelectuales de doce figuras latinoamericanas, en la que Octavio Paz aparece como el gran eje articulador: antes de él, cuatro “profetas” (José Martí, José Enrique Rodó, José Vasconcelos y José Carlos Mariátegui), luego dos “iconos revolucionarios” (Eva Perón y el Che Guevara), dos novelistas (Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa), dos protagonistas de los sucesos de Chiapas (el sacerdote Samuel Ruiz y el “subcomandante” Marcos), y finalmente el “caudillo postmoderno” Hugo Chávez. Todos estos disímiles personajes tienen en común ser cada uno a su manera “redentores”, estar imbuídos de una cultura política que sería típicamente latinoamericana, de orígenes neoescolásticos, marcada por concepciones organicistas y caudillistas, motivados por una suerte de misión salvífica con raíces en el catolicismo. Paz y Vargas Llosa lograron convertirse al liberalismo democrático y evitar un horizonte utópico que deviene, casi inevitablemente para el autor, en alguna forma de violencia o autoritarismo.

Si bien la mayoría de personajes retratados por Krauze no son de sus simpatías políticas, este los retrata con cierto embeleso. Es que el discurso de la redención es seductor por naturaleza, y frente a él solo cabe oponer “la insípida, la fragmentaria, la gradualista pero necesaria democracia, que ha probado ser mucho más eficaz para enfrentar estos problemas [pobreza y desigualdad]” (p. 517). ¿Podrá el liberalismo en nuestros países construir una propuesta más atractiva? Una pista la sugiere Krauze cuando recuerda el señalamiento de Paz sobre la necesidad de “repensar nuestra tradición, renovarla y buscar la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo y el socialismo” (p. 517).