viernes, 31 de enero de 2014

Coaliciones territoriales y desarrollo rural

Les recomiendo este libro, donde encontrarán un modesto capítulo de este servidor...

¿UNIDOS PODEMOS? COALICIONES TERRITORIALES Y DESARROLLO RURAL EN AMERICA LATINA
FERNANDEZ, M. Ignacia; ASENSIO, Raúl H, eds.
Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2014.

¿Cómo cambian las sociedades rurales? ¿Qué procesos sociales están detrás de las transformaciones recientes que observamos en los territorios rurales de América Latina? Este libro encara estas cuestiones a partir del análisis de una particular modalidad de acción colectiva: las coaliciones territoriales. Las coaliciones territoriales son alianzas explícitas o implícitas entre diferentes actores, basadas en intereses compartidos, que apuntan a transformaciones de mediano y largo plazo en las dinámicas territoriales. Los autores analizan cómo estas coaliciones se conforman, qué retos enfrentan, qué diferentes tipos de coaliciones existen en la práctica y cómo encaran los desafíos relativos al desarrollo rural. Un tema central, estudiado con detalle, son los dilemas entre crecimiento económico, generación de ingresos, desigualdad e inclusión social. Para responder estas cuestiones, el libro incluye estudios de casos de coaliciones territoriales realmente existentes procedentes de seis países de nuestra región: Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala y Perú.

Índice

Prólogo;
por Claudia Serrano

Introducción

1. Las coaliciones territoriales transformadoras y los dilemas del desarrollo inclusivo en las zonas rurales de América Latina
M. I. Fernández, R. H. Asensio, C. Trivelli y A. Schejtman

2. En busca del eslabón perdido. Coaliciones sociales y procesos políticos
Martín Tanaka

3. Coaliciones, dinámicas territoriales y desarrollo: el caso de la coalición salmonera (Chiloé central, Chile)
M. Ignacia Fernández y Daniela Miranda

4. Éxito y límites de una “coalición de poderosos” (Ostúa-Güija, Guatemala)
Raúl H. Asensio

5. La coalición de sindicatos rurales del noreste del valle de Jiquiriçá (Brasil) y sus aliados
Francisca Meynard Vivar

6. Cohesión, identidad e incentivos externos en una coalición de larga duración (Cerrón Grande, El Salvador)
Raúl H. Asensio

7. La promesa de crecer juntos. Coaliciones sociales y políticas públicas en Tungurahua (Ecuador)
Patric Hollenstein y Pablo Ospina

8. Política y hegemonía ideológica en una coalición territorial transformadora (Quispicanchi, Perú)
Raúl H. Asensio

VER TAMBIÉN:

Coaliciones y desarrollo rural

miércoles, 29 de enero de 2014

Chile y Perú

Artículo publicado en el diario La República, domingo 26 de enero de 2014

En estos días en los que se comentará mucho sobre el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre la delimitación de la frontera marítima con Chile, podría ser interesante pensar en algunas ideas que surgen de la comparación entre nuestros países.

En primer lugar, está la pregunta de qué explica las diferencias que se registran desde las primeras décadas de la vida republicana, más notorias considerando que durante la colonia, el Virreynato del Perú tenía preeminencia sobre la Capitanía de Chile. En las primeras décadas de vida independiente padecimos de una gran inestabilidad; las cosas empezaron a cambiar alrededor de 1830 en Chile y de 1845 en Perú. En esos años se da un primer despegue económico, que da pie a un notable desarrollo estatal e institucional en Chile, que se da muy precariamente en Perú. Esa diferencia de desarrollo relativo ayuda a entender, por supuesto, el resultado de la Guerra del Pacífico. En general, desde el Perú ha tendido a pensarse que esto se explica por la división de nuestras élites, mientras que las chilenas habrían estado imbuídas tempranamente por un sentido de proyecto. Sin embargo, la colega Maritza Paredes en diversos trabajos ha mostrado que la prosperidad chilena está basada en una estructura económica más diversificada y equilibrada, que ayudó a sentar las bases de una comunidad política más proclive a negociar y llegar a consensos, que facilitaron la construcción de instituciones con mayor autonomía y eficiencia. Esto también permitió crear un sistema de representación política más estable. Por el contrario, la prosperidad peruana de mediados del siglo XIX se debió casi exclusivamente en la renta guanera, lo que generó una cultura rentista, una disputa exacerbada por el control del Estado, una comunidad política más dividida.

Lo que no suele contarse en esta historia es que la consolidación de la elite chilena llevó también a que esa comunidad política fuera más oligárquica y excluyente; por el contrario, la precariedad de nuetras elites las hizo siempre más proclives a hacer concesiones e incorporaciones parciales; de allí la persistencia de agudos problemas de desigualdad en Chile, más fuertes que en el Perú. Los problemas distributivos y una arena política competitiva ayuda a entender la grave polarización social de ese país en las décadas de los años sesenta y setenta, que explican también a una dictadura como la de Pinochet. Estos conflictos debilitaron el crecimiento de Chile, que permitieron que Perú alcanzara su producto percápita a mediados de los años setenta del siglo pasado. Por el contrario, el populismo ha sido un elemento central en nuestra práctica política, a diferencia de Chile, y nostros tuvimos una dictadura reformista como la de Velasco, que continuó la lógica de concesiones e incorporaciones parciales de sectores excluidos.

Con la transición a la democracia se pueden también explorar otras comparaciones, que espero poder hacer la próxima semana.

Ver también:

STATE FORMATION, TAX STRUCTURES AND MINERAL ABUNDANCE CHILE AND PERU, 1850-1930s
Agosto, 2010
Paredes, Maritza

martes, 21 de enero de 2014

Crispación política

Publicado en el diario La República, domingo 19 de enero de 2014

En las últimas semanas se habla de la existencia de un clima de “crispación política” que deberíamos dejar atrás, especialmente considerando la inminencia del fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre la delimitación de la frontera marítima con Chile. Como que nos hemos estado peleando innecesariamente, exagerando la importancia de problemas menores, maximizando conflictos cotidianos, desarrollando razonamientos conspirativos en los que los adversarios están preparándose para perpetrar grandes atentados contra la libertad y la democracia. Termocélafos de derecha piensan que el presidente Humala revelará su escondida identidad chavista e iniciará el plan de imponer una dictadura reeleccionista, mientras que termocéfalos de izquierda piensan que la derecha, que supuestamente controla al gobierno, es tan rapaz y codiciosa que pretende eliminar el más mínimo asomo de pensamiento crítico, para lo cual emplea mecanismos de mercado para eliminar la libertad de prensa y de acceso a la información, y amenaza veladamente con un boicot empresarial. El paso de los días, me parece, ha abierto espacio, al menos momentáneamente para la sensatez, y el reconocimiento de que solemos preveer catástrofes con demasiada facilidad.

Decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte que en ocasiones los actores creen ser libres y actuar sin prejuicios, pero en realidad “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Así, cuando desde la derecha se mira a Humala emergen los fantasmas del 5 de abril de 1992, el intento de estatización de la banca de julio de 1987, el gobierno entero de Velasco Alvarado. Desde la izquierda se piensa en El Comercio y en la derecha de los tiempos de la más rancia oligarquía de mediados del siglo pasado, aparece la imagen de Haya de la Torre departiendo con Pedro Beltrán y el exdictador Odría, y todos se sienten partícipes de una cruzada en la que valores fundamentales están en juego.

De otro lado, el que razonamientos conspirativos extravagantes prosperen y sean auténticamente creíbles creo que nos dice algo sobre la escasa comunicación y los pocos vínculos que existen entre los diferentes sectores de nuestra elite social y política. Cada grupo vive relativamente encerrado en un círculo de conversación, lecturas, influencias, alimentando sus propias convicciones y prejuicios respecto a los otros. Así, cada grupo se percibe como depositario de la razón y le resulta incomprensible la actuación de los otros, que solo puede ser explicada asumiendo que los demás o son irracionales o se mueven sirviendo intereses particularistas. La derecha es bruta o achorada, y la izquierda es caviar o jurásica. El carácter excluyente en términos sociales que sufre el Perú afecta también su dinámica política. Hay pocos espacios de encuentro entre izquierda y derecha, empresarios y trabajadores, civiles y militares, periodistas y académicos, políticos y analistas, etc.

martes, 14 de enero de 2014

Sobre la inestabilidad política

Artículo publicado en La República, domingo 14 de enero de 2014

La situación política actual está muy marcada por movimientos hechos considerando sus efectos sobre las elecciones presidenciales de 2016, lo que explica en parte su virulencia, más propia de contextos electorales. La dinámica de acusaciones, denuncias y descalificaciones mutuas termina desacreditando al conjunto de actores políticos, lo que abre nuevamente el espacio para la irrupción de figuras alternativas, que se presentan como no políticas, outsiders de distinto tipo. Esto por supuesto ahonda la sensación de incertidumbre y precariedad institucional; algunos llegan al extremo de hablar de la posibilidad de una interrupción del régimen democrático. Al respecto cabe mencionar que, en una investigación en curso, el politólogo norteamericano Michael Coppedge encontraba que Perú es uno de los países con mayor inestabilidad institucional del mundo a lo largo del siglo XX, marcado por constantes cambios de régimen (paso de democracia a dictadura y de dictadura a democracia), junto a Argentina y Tailandia.

Sin embargo, creo que lo que debería llamarnos la atención no es tanto la confirmación de nuestra inestabilidad, sino nuestra sorprendente, y no siempre percibida, estabilidad y continuidad política de los últimos años. Si miramos la política más allá de la volatilidad electoral y de la debilidad de los partidos, encontramos continuidad en las lógicas y preferencias de los electores (estabilidad por el lado de la demanda, no de la oferta política): se quiere renovación y se critica a la elite política, se demanda más reconocimiento y cercanía, pero no se está a la búsqueda de un modelo político alternativo propiamente dicho.

Pero sobre todo, hay una importante continuidad en la manera en la que se toman las decisiones gubernamentales más importantes. Ellas están marcadas por lógicas tecnocráticas, impulsadas por redes de expertos locales, ONGs y organismos internacionales, con diferentes sesgos ideológicos, que expresan ciertos consensos globales sobre las “mejores prácticas” en diferentes campos y que han florecido en diferentes nichos o islas de eficiencia dentro del Estado. El peso de estas redes ayuda a entender nuestra dinámica de crecimiento económico dentro de los límites de nuestra precariedad institucional. La debilidad de nuestros partidos hace que estos no interfiera en las grandes decisiones, a menos que perciban altos costos en términos de imagen, con lo que la política partidaria queda reducida a transacciones e intercambios de poca monta. Por ello, la precariedad de nuestra representación no afecta el crecimiento económico, al menos hasta ahora.

Esto es bueno y es malo. Es bueno porque nos ha dado la estabilidad y el crecimiento, es malo porque la mejor tecnocracia nunca reemplazará la necesidad de hacer política, lo que explica que algunas reformas imprescindibles en áreas del Estado fundamentales nunca se acomentan, o que terminen naufragando. ¿Habrá cambios en estos términos pensando en 2016?

domingo, 5 de enero de 2014

La delgada línea que divide

Artículo publicado en La República, domingo 5 de enero de 2013

La discusión planteada por el gobierno en torno a la concentración de la propiedad en medios de comunicación, la elección de Nadine Heredia como presidenta del Partido Nacionalista y otros asuntos parecen configurar un nuevo escenario que debe ser seguido de cerca, que puede tener importantes consecuencias tanto sobre el rumbo del gobierno como sobre el escesario electoral de 2016.

El gobierno de Ollanta Humala ha sido catalogado por sus opositores de izquierda como neoliberal y este ha sido acusado de haber “traicionado” los ideales de una “gran transformación”. Sin embargo, a pesar de haber sido supuestamente “capturado” por la derecha económica y política, todavía mantiene ciertos reflejos de izquierda, por así decirlo, que la ponen nerviosa: el intento de compra de REPSOL, la modernización de la refinería de Talara, el fortalecimiento de PETROPERU, el anuncio del lanzamiento de un plan de desarrollo industrial, entre otros, y el reciente enfrentamiento con el Grupo El Comercio no deben subestimarse, aunque vayan en contra de esa caracterización. A luz de estos hechos, la reciente elección de Nadine Heredia como presidenta del Partido Nacionalista podría implicar el inicio de una movida política muy audaz por parte del gobierno.

¿Nadine candidata en 2016 como líder de un frente antiderechista? Aparentemente, el 64% de desaprobación a la gestión de Humala y el escaso 29% de aprobación en diciembre harían inviable esa pretensión. Sin embargo, recordemos que a la mitad de sus mandatos las aprobaciones de Toledo y García eran de 11 y 25%, y terminaron con 33 y 42%, respectivamente. Y en la última encuesta de IPSOS, detrás del 27% de intención de voto por Keiko Fujimori aparece Nadine Heredia, con 13%. Con un campo derecho congestionado entre K. Fujimori, Pedro P. Kuczynski, Alan García y otros, sin candidatos de centro o de izquierda que aparezcan como viables, ubicarse como un referente antiderechista suena electoralmente razonable. Para quienes una segunda vuelta entre K.Fujimori y García parece una pesadilla, probablemente considerarán mañana una bendición la candidatura de Heredia, a pesar de las suspicacias y resquemores de hoy.

¿Es viable esta apuesta? El problema es que puede ser muy razonable pensando en las elecciones de 2016, pero resulta muy problemática para un gobierno que acaba de pasar la mitad del periodo. Implica una tensión muy difícil de manejar con los poderes de facto; una dinámica de confrontación y ruptura en algunos asuntos que haga creíble un frente antiderechista, pero al mismo tiempo una lógica de negociación y continuidad que le dé estabilidad a un gobierno débil. Hay una delgada línea que pone de un lado a un gobierno que termina mejor que los anteriores y que presenta una candidatura competitiva, y del otro a un gobierno que repite las decepciones anteriores, y al final termina haciendo un papelón electoral (¿se acuerdan de las candidaturas de Jeanette Enmanuel y de Mercedes Aráoz?).