lunes, 4 de agosto de 2014

Cuarto año

Artículo publicado en La República, domingo 3 de agosto de 2014

El presidente Humala inicia el cuarto año de gobierno sin ruta de navegación. Con Salomón Lerner, en los primeros cinco meses, de lo que se trató fue de establecer un equipo de orientación izquierdista que implementara la “hoja de ruta”; con Oscar Valdés, en los siete meses siguientes, se trató de combinar crecimiento, inclusión y orden; con Juan Jiménez, durante dieciseis meses (quien retrospectivamente aparece como un maestro en el arte de gobiernar), la combinación fue crecimiento, inclusión y diálogo. César Villanueva en cuatro meses nunca llegó a ejercer propiamente el cargo, y René Cornejo en cinco mostró que nunca dejó de ser una salida de emergencia ante la caída de su predecesor. Ana Jara es una excelente operadora política, pero su problema es que encabeza el Consejo de Ministros de un gobierno sin rumbo. Ahora el crecimiento está en cuestión, la inclusión prácticamente desapareció del discurso, y el gobierno no se decide entre el diálogo o la confrontación con la oposición, ambigüedad que hizo precisamente fracasar la opción de Villanueva. En este momento, todo parece quedar en manos de la iniciativa de los ministros individuales: en Educación, en Salud, en Producción, en Transportes, tenemos ministros con agendas de reformas importantes, y sus iniciativas particulares son las que marcan el rumbo del gobierno. Todo esto hace que la percepción del desempeño gubernamental hasta el momento aparezca como mediocre.

Sin embargo, ubicados en el escenario electoral 2014-2016, resulta que el humalismo sigue ubicándose en el espacio de centro izquierda con el que ganó las elecciones. Otra manera de decir lo mismo es que a la izquierda de Humala no existe nada (tanto así que Susana Villarán terminó siendo candidata de “Diálogo Vecinal”), salvo la apuesta de que Tierra y Dignidad, liderado por Marco Arana, se convierta en un referente político viable. De otro lado, si bien el desempeño gubernamental parece muy mediocre, y la aprobación a la gestión de Humala al inicio del cuarto año es similar a la de García en el mismo momento, García ya había pasado por el escándalo de los petroaudios y por los sucesos de Bagua, mientras que sobre Humala no pesan cargas equivalentes. Esto hace que, por ejemplo, en la votación para elegir la nueva mesa directiva del Congreso, la lista oficialista aparezca como “progresista” frente a la de pepecistas, fujimoristas y apristas.

Todo esto genera varias paradojas: visto desde la derecha, la gestión de Humala es ciertamente amigable, pero no lo es comparado con lo que serían las cosas con Keiko Fujimori, Pedro P. Kuczynski, o un tercer gobierno de Alan García. Desde la izquierda Humala despierta tirria por su “traición”, pero el humalismo resulta parte indispensable de cualquier intento de construir un frente progresista.

PS. Mi solidaridad con Farid Kahhat, notable colega de la PUCP, víctima de comentarios deleznables del embajador de Israel en nuestro país, totalmente impropios de quien ejerce ese cargo.

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