jueves, 15 de febrero de 2018

2018

Artículo publicado en La República, domingo 21 de enero de 2018

Empezamos en esta columna imaginando el año pasado uno relativamente estable: decíamos que en el segundo año de gobierno las expectativas infundadas se disipan, pero el hartazgo todavía no aparece; y que en cuanto a la gestión, se superan las novatadas iniciales y la nueva administración empieza a funcionar. Las cosas, como sabemos, fueron muy distintas: no pudimos preveer, de un lado, que los niveles de confrontación entre el ejecutivo y el legislativo siguieran un camino ascendente (recordemos las coyunturas de los pedidos de censura a los ministros Thorne y Martens, el pedido de confianza del presidente de consejo Zavala); y del otro, tampoco pudimos preveer cómo el gobierno en general y el Presidente de la República en particular mostraran tal vocación por complicarse la vida y torpedear sus propias iniciativas: recordemos el manejo de la concesión del aeropuerto de Chinchero, la renuncia del ministro Vizcarra, el manejo de la huelga de maestros. Además se presentaron factor exógenos que resultaron decisivos, como los provenientes desde Brasil asociados al caso lava jato, que judicializaron la política y causaron múltiples estragos mayores.

¿Cómo será el 2018? En octubre del año pasado, después de que el Consejo de Ministros presidido por Mercedes Aráoz obtuviera el voto de confianza del Congreso, decíamos que había elementos que hacían pensar que podría durar en el tiempo: la visita del Papa, el mundial de fútbol y las elecciones regionales y municipales, harán que la atención no esté tan centrada en el gobierno; además, una recuperación económica, consecuencia de factores externos, podría repercutir favorablemente en el ánimo ciudadano. Decíamos también que lo que más nos preocupaba es que el gobierno se contentara con solo sobrevivir, y se perdiera cualquier ímpetu reformista.

Hoy pensamos algo parecido, pero con poder ejecutivo mucho más precario y vulnerable (en realidad, cualquier crisis importante podría hacer caer a ministros, a Aráoz y hasta al propio Presidente) y con una preocupación mucho mayor por un gobierno que lleva apenas año y medio y que podría hacer que en los tres y medio que le faltan condene a todo el país a tener una mera administración, no un gobierno propiamente dicho, y aún peor, que en nombre de la estabilidad y la gobernabilidad se retroceda en lo poco que se ha avanzado en los últimos años.

La Presidenta del Consejo de Ministros no solo enfrenta problemas de credibilidad, además encabeza un gabinete donde no hay visos de iniciativas reformistas. Con el gabinete Zavala había cuando menos algunas ideas y personajes que señalaban alguna dirección: “destrabe” de proyectos, desburocratización, por ejemplo. Ministros como Saavedra y Martens en Educación, García en Salud, Basombrío en Interior, Luna en la Cancillería, Pérez Tello en Justicia, Nieto en Defensa, en medio de todo, lideraban iniciativas, marcaban cierta pauta. En la actualidad, no se percibe nada todavía, lamentablemente. Aunque dejándose llevar por la corriente, podríamos llegar hasta julio, fecha en la que podría haber una recomposición del gabinete, jugándose la carta de un Presidente de Consejo de Ministros más político y más fuerte, y de un gabinete de “unidad nacional”.

Esta recurso parece imprescindible en tanto después del indulto al condenado expresidente Fujimori y con las investigaciones todavía en curso respecto a los vínculos del presidente Kuczynski con Odebrecht y otros asuntos, la figura del “paso al costado” de la que se hablaba durante los momentos más críticos del gobierno del presidente Toledo adquiere gran pertinencia.

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